Beethoven es japonés por Rubén Amón

martes, 10 de febrero de 2009 - 0 Comentarios

Llamaba la atención el pasado sábado en la Opera de París el ajetreo de melómanos japoneses. O de patriotas. Los había convocado el concierto de Seiji Ozawa, cuya grandeza, inversamente proporcional al tamaño de monje ascético, se percibe porque sabe leer entre líneas y porque ha renunciado al símbolo autoritario, falocrático y astifino de la batuta.

Seiji Ozawa dirige con las manos, como si consiguiera tocar físicamente la música y se deslizara entre sus dedos. Trasciende la partitura el maestro, rebusca en las profundidades. Ocurrió con la 'Primera sinfonía' de Anton Bruckner, menos religiosa que las posteriores obras del compositor austriaco, pero ya provista en su estructura y en su resonancia de un órgano catedralicio e invisible que Seiji Ozawa manejaba con hondura.

La presencia del director y de sus entusiastas compatriotas japoneses me han recordado la fábula nipona de la 'Novena sinfonía' de Beethoven. Popular y arraigada desde la guerra del 14 porque los presos alemanes confinados en el campo japonés de Bando fueron autorizados a interpretar el 'Himno de la alegría' y desquitarse temporalmente del cautiverio.

Había en la orquesta de los presos un trombonista de la marina militar, Hermann Hensen, y un violinista profesional, Paul Engel, que se ocupó de retocar la partitura para sustituir las voces femeninas del coro y ajustar la orquesta teutona a las evidentes contingencias y limitaciones.

El concierto impresionó, sobrecogió, desconcertó al patrón del campo de reclusos. Se llamaba Toyohisa Matsue, lucía un bigote inspirado en Guillermo II y fue cuestionado en la jerarquía del ejército japonés porque la prisión de Bando parecía un centro cultural. La biblioteca contenía 5.000 volúmenes, los reclusos podían airearse en los bosques cercanos y consumían a su antojo salchichas, chucrut, pan de centeno y cerveza.

Una película recuerda ahora aquella peripecia. Se titula 'Baruto no gakuen' ('El paraíso del bigotudo') en alusión al mostacho de Matsue y al edén donde los prisioneros germanos interpretaron la 'Novena'.

Fue entonces (1917) cuando la última sinfonía de Beethoven empezó a divulgarse en Japón y a convertirse, como lo es hoy, en la música occidental más apreciada. De hecho, es costumbre que las orquestas niponas la interpreten a finales de diciembre, más o menos como si se tratara de un ritual propiciatorio y entusiasta del año nuevo.

Ocurrió, incluso, cuando hitlerianos y nipones eran aliados en la II Guerra Mundial. Con una salvedad de embarazosas turbulencias diplomáticas. El director de la orquesta de la NHK de Tokyo, Joseph Rosentock, fue contratado a pesar de que huyó de Berlín y de que era judío. De otro modo, la oda de Schiller no tendría sentido ni se explicaría la fe con que Ozawa engarzaba los cinco anillos en la ceremonia de los JJOO de Nagano.


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